viernes, 24 de abril de 2009

Tenemos un Organismo y una Identidad

Las personas, conscientes de que su organismo se deteriora hasta morir, han querido saber si hay algo en ellas que no desaparezca con su organismo, algo inmutable que las identifique individualmente de manera permanente y que sea capaz en determinadas circunstancias de regenerar de nuevo a esa persona cuyo organismo ya ha desaparecido.
La tradición cristiana cree que el hombre está compuesto de Cuerpo y Alma. Cree en un “alma inmortal”, sujeto incluso de premio y castigo; “creada” en el momento de la concepción, pero imperecedera. Estas creencias, fundamentadas en la autoridad de la Iglesia, han sustentado los principios morales que han regido el comportamiento en la civilización Occidental durante los últimos siglos.
Inmanuel Kant, reflexionando lógicamente sobre la naturaleza humana, concluía que ella estaba constituida por una sustancia cambiante y perecedera (claramente se refería a su cuerpo, al organismo material), pero que necesariamente contaba con otra parte trascendente, inmaterial, que no se altera, aunque sí lo hiciera la sustancia, (el organismo), a quien conforma e identifica.
Si entendemos por Identidad aquello que permanece igual a sí mismo en un contexto de cosas cambiantes y que sirve para identificar o reconocer algo, podemos decir que Kant concluía que la naturaleza humana la componían dos elementos: Una sustancia cambiante y perecedera: el Organismo y una Identidad inmaterial, inalterable e identificativa de la persona.
Por otra parte, lo que comúnmente se entiende por identidad personal, se relaciona más bien con la conciencia que uno tiene de sí mismo, que sin embargo no es más que una actividad mental, es decir es una actividad del organismo perecedero.
De hecho, si realizásemos una encuesta preguntando en qué consiste la identidad de una persona, quizás la respuesta más común sería que su identidad está constituida por sus recuerdos que a nivel psicológico mantiene como una sucesión histórica de sus vivencias, pues es esa memoria histórica de uno mismo la que le permite ser consciente de su individualidad y le sirve para identificar a su Yo como el sujeto y nexo de unión de las muy variadas vivencias que ha experimentado. Pero hablar de ese Yo psicológico en el que la mente del sujeto se reconoce, es hablar de otra cosa, eso no cumple las condiciones que requiere la Identidad que buscamos, ni existe dato alguno que nos permita presuponer que permanece tras la desaparición del organismo. Así pues,
- Las percepciones mentales y los sentimientos que elabora la mente cambian, como David Hume reconoce. Una persona que sufriera una amnesia total es la misma antes y después de sufrirla, lo sepa ella o no. Luego la memoria no cumple la condición de identidad al no permanecer igual e inalterable.
- Por otro lado, una persona posee una Identidad desde antes de contar con una mente capaz de generar recuerdos y de ser consciente. Luego esa memoria no sirve para reconocer al sujeto en todo momento.
Vemos por tanto, que la Identidad personal no puede encontrarse en la memoria de las propias percepciones como creía Voltaire, ni en cualquier otra función mental.
La mente, conjunto de las funciones del cerebro, forma parte de nuestro Organismo. Aunque es nuestra herramienta más sofisticada, no es sino una herramienta, no puede constituir nuestra Identidad.
Entonces, ¿Acierta la tradición cristiana cuando dice que la persona tiene una doble naturaleza, su cuerpo y otra cosa inmaterial? Desde luego posee una sustancia material: su cuerpo, pero veamos si su naturaleza cuenta además con una Identidad inmaterial en los términos que Kant juzgaba necesario:
Si queremos descubrir dónde está la Identidad, convendrá buscarla cuando no esté oculta, donde sea más fácil distinguirla. Hay que buscarla al inicio de su existencia, en el origen, cuando la persona acaba de ser concebida, cuando aún el proceso embriológico no ha conformado su cuerpo, ni éste ha generado procesos mentales que nos puedan confundir, cuando no hay de la persona casi nada más que eso: ¡su Identidad¡.
¿Encontramos ahí algo inmaterial, inalterable, que sirva para identificar en cualquier momento a esa persona, por mucho que cambie ésta a lo largo de su existencia?
Pues ahí lo que vemos que hay es "información". Información codificada químicamente, pero es "información". Nuestro organismo, nuestra mente también, dependerá de esa información. ¿Será esa información la Identidad que andamos buscando?
¿Cumple esa información las condiciones que Kant y el concepto de Identidad exige?
-Desde luego la información es inmaterial, no el sustrato químico codificador, sino “la información codificada“;
-Desde luego es inalterable, no cambia. Un organismo, un individuo, tiene una única Identidad a lo largo de su existencia. El organismo, a lo largo de su vida cambia sus células por otras, pero todas mantienen su misma información.
- Desde luego esa información sirve para identificar en cualquier momento a un sujeto que sí que cambia. No importa lo joven o viejo que sea, en el seno de qué cultura haya vivido, la única manera fiable de identificar al individuo en cualquier instante de su existencia es leyendo esa información que le acompaña desde el momento en que fue concebido.
- Hoy sabemos que esa información, la Identidad del individuo, sirve no sólo para identificarlo, sino para regenerar individuos idénticos a él, aunque su organismo haya ya desaparecido.
No cumple, eso hay que reconocerlo, una condición que aunque no es exigida por la lógica de Kant es muy valorada sentimentalmente por los humanos: la Identidad personal no incluye los recuerdos generados en la mente del organismo a través de su existencia. Una gran pérdida, o no, según se considere.
Por otra parte, así como cada organismo tiene una única Identidad, no hay objeción a que una Identidad pueda dar lugar a más de un organismo idénticos, lo que curiosamente atenta contra nuestra intuición más común, pero eso es un hecho.
Vemos que la tradición cristiana ha acertado al definir la doble naturaleza humana y parece como si Kant con su lógica, antes que Mendel con sus experimentos, ya hubiese descubierto el misterioso mecanismo que genera la vida: la replicación de información identificante.
Una vez convencidos de que nuestra naturaleza además de estar dotada de un organismo, posee una Identidad, deberíamos reflexionar sobre cómo ocuparnos de esa otra parte de nuestra naturaleza que es nuestra Identidad. De igual manera que sabemos qué es lo que conviene a nuestro organismo, pues de ello se viene ocupando nuestra mente de manera instintiva y solemos actuar en consecuencia, también deberíamos utilizar nuestra mente para reflexionar sobre cómo debemos actuar en función de los intereses que se derivan de la existencia de nuestra Identidad.
La Identidad de una persona no está en el “Limbo” antes de que su organismo sea concebido o después de muerto. Está en los demás, en el pozo genético de la Humanidad, de donde se obtiene obviamente la información que constituye nuestra Identidad en el momento de la concepción. Cuando morimos, perdemos nuestro cuerpo, pero nuestra Identidad sigue estando en la Humanidad.
Si queremos que nuestra Identidad sea preservada, nos deberá interesar el progreso de la Humanidad. Todo lo que atenta contra la Humanidad atenta contra nuestra Identidad, que es la parte con futuro de nuestra propia naturaleza. Si la Humanidad desaparece, desaparece la Identidad de cada uno de nosotros, algo mucho más grave que la pérdida de nuestros organismos.
Todo ello tendría una importancia relativa si no fuera porque el mayor misterio que existe en el Universo es el Futuro de la Humanidad. Un futuro (potencial) que sin duda vale la pena.
La reflexión sobre esta realidad antropológica, debería ser asumida culturalmente para fundamentar en ella una ética actual, en un lenguaje inteligible por todos, que tanta falta hace en nuestros días.
Juan Jesús González Torres